May 6, 2024
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Por Balam Ibarra-

 

Cuando tenía unos 9 años, encontré en el enorme jardín de la casa un hoyo perfectamente redondo en el suelo. Le pregunté al jardinero que qué animal lo había hecho y me respondió sin emoción que una tarántula. Para él era, obviamente, lo más normal, pero a mí me sorprendió mucho. Desde ese día me ha gustado averiguar qué tipo de casas construyen los animales y los insectos.

 

He visto nidos colgantes y termiteros gigantescos; he fotografiado telarañas bellísimas  refulgiendo empapadas de rocío. He observado por días cómo unas avispas negras construyeron el panal en que viven colgadas de una viga en mi terraza.

 

Un buen día, hace muchos años, se me ocurrió que, en mi condición de animal, como cualquier otro bicho que sabe hacer guaridas, tenía derecho a fabricarme una casa. Y la construí a pesar de haber estudiado una carrera humanista, de no tener ninguna experiencia constructiva más allá de armar avioncitos a escala, de no tener cayos en las manos, de no saber usar correctamente ni siquiera un serrote, de padecer -como decía mi papá- retraso manual. Quedó más o menos… pero no se ha caído todavía.

 

Construir esa pequeña cabaña en el Ajusco transformó mi vida radicalmente. De ejecutivo en a-scenso, me convertí en anacoreta experimental. No tenía luz ni agua ni teléfono. A veces amanecía con escarcha en los bigotes. Pero no me importaba, estaba viviendo en mi casa, la que yo había construido con mis propias manos, que ahora sí mostraban cayos y cicatrices. Me sentía bien conmigo mismo. Construir mi casa, lo digo con total convicción, me enseñó cómo construirme.

 

Construir me ha acercado a personas maravi-llosas y osadas como Víctor Klassen,  quien sabe transformar la madera en un arroyo de formas infinitas o al finado y fino Púa, que no le tenía miedo a nada. Ambos decanos del arte de abrir puertas y ventanas.

 

Valle de Bravo se está convirtiendo poco a poco en un experimento social que busca, más allá del cliché, la sustentabilidad. Este pueblo mágico -no por la definición de la Secretaría de Turismo- sino por las cosas que suceden acá, ha reunido a constructores excepcionales como Armando Uribe y Bernardo Barona. Parió también a la UMA y atrajo a maestros, maistros y constructores geniales como Juan Casillas y Raúl de Villafranca. A este pueblo que ha visto caminar por sus empedradas calles al abuelo de todos los movimientos psicodélicos: Timothy Leary, se han acercado constructores imaginativos y generosos como Jaime Carral, José Rosas “el Roses” y Philippe Hochuli.

 

Todos nosotros, la comunidad de constructores sustentabilófilos de Valle de Bravo, perseguimos por diferentes -a veces radicalmente- avenidas un mismo sueño: construir casas hermosas y éticas para que nuestros hijitos y los tuyos vivan a gusto por muchos años en nuestro mágico pueblo mágico.

 

Balam Ibarra es escritor, terapeuta, profesor universitario, experto en desarrollo comunitario y constructor. En esta última faceta, Balam diseñó y construyó el sistema de veredas de Monte Alto, resolviendo de paso los problemas de tala e invasiones de la reserva. Construyó también la vereda que une el Velo de Novia con la orilla del lago y los puentes sobre el río de los Gonzales en el mismo parque. En YURT su taller de carpintería diseña y fabrica estructuras de madera (los techos recíprocos son una especialidad de la casa), muebles finos y yurts, polifacéticas construcciones semifijas de madera y lona.

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